lunes, 1 de diciembre de 2008

Feliz fin de año para la Filarmónica



La orquesta terminó la temporada con un concierto que tuvo al violinista Shlomo Mintz como solista invitado
Noticias de Espectáculos: anterior | siguiente Martes 25 de noviembre de 2008 | Publicado en edición impresa

Ultimo concierto del ciclo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigido por el maestro Enrique Arturo Diemecke, con la participación del violinista Shlomo Mintz en calidad de solista. Programa: Danza macabra en Sol menor Op. 40, de Saint-Saëns; Concierto para violín y orquesta N° 1 (Op. Póstumo), de Béla Bartók; Tzigane, rapsodia de concierto para violín y orquesta, y Daphnis et Chloé, suites N° 1 y 2. Teatro Opera.
Nuestra opinión: muy bueno

La circunstancia de que haya llegado a una muy digna y feliz culminación la temporada oficial de la hasta ahora Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, con diecinueve conciertos cabalmente cumplidos con la acertada dirección artística del maestro Enrique Arturo Diemecke, es un galardón de especial significación en años como éste. También, un rasgo enaltecedor del prestigio subsistente e imperecedero del Teatro Colón, cuyo director general acaba de otorgarle explícitamente este nombre en una alocución reciente.
No fue ajeno a este sentimiento el numeroso público que acudió al último concierto de la Filarmónica y premió cada una de las obras ofrecidas con sostenido aplauso, tal el caso de la primera, de Saint-Saëns, cuya Danza macabra , una vez transcurridos los primeros momentos en que la orquesta arrancó "en frío", recobró su acostumbrado nivel de tonicidad una vez dadas las campanadas de medianoche, arpa y trompa mediante, e iniciado el solo de violín con el primer tema, sarcásticamente lúgubre y obviamente alusivo hasta conducir a la parodia del Dies irae .
Más romántico en cuanto a la motivación, aunque no en su lenguaje, el Concierto N° 1 para violín y orquesta (1908) de Béla Bartók, magníficamente expuesto por el violinista Shlomo Mintz, es una creación temprana de su genio. Fue originariamente dedicada a una violinista (Stefi Geyer), de quien se desvincularía tiempo después. Encontrada la partitura original en 1960 -tal como se aclara en el programa de mano-, cuando ya se consideraba que su segundo Concierto para violín y orquesta (1938) era, obviamente, su primera obra del género, este concierto, que había sido escrito tres décadas antes, pasó a figurar como en verdad lo era: el primero.
De sus dos movimientos, el inicial (Andante sostenuto) que comienza con un pianissimo, fue cobrando entidad sonora bajo el arco privilegiado de Mintz, es una suerte de soliloquio melódico, por momentos ascético, desolado y aun idílico en su carácter, con sedosa sonoridad, rasgo compartido por las restantes cuerdas de la orquesta. El siguiente movimiento (Allegro giocoso), marca un nítido contraste: es más temperamental y virtuosístico, con sus ritmos marcados y sus staccati con rasgos sarcásticos, alternados por frases lúcidas y melodiosas que se elevan hacia las alturas del registro sin mengua de la elocuencia del discurso. La orquesta asumió aquí una mayor libertad expresiva, con muy buenos solos.
Schlomo Mintz abordó a continuación Tzigane , rapsodia para violín y orquesta, de Ravel, página que abriría con extremado virtuosismo (algo que recordó a la prodigiosa Ginette Neveu cuando estuvo en Buenos Aires, en 1947). Los interminables aplausos que recibió fueron correspondidos por Mintz con una versión memorable de una Partita de Bach.
En la segunda parte del concierto, nuevamente Ravel, con las suites N° 1 y 2 de Daphnis et Chloé , fue vertido como una admirable sinfonía de ritmos y colores que la Filarmónica interpretó con notoria pulcritud expositiva a las órdenes de Diemecke, con solos admirables (como el del flautista Claudio Barile, en la segunda). Esta versión de la Suite N° 2, a cargo de la Filarmónica, merecería ser llevada al registro discográfico.
Héctor Coda

La mejor manera de despedir el año


Sábado, 22 de Noviembre de 2008

La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, en el Teatro Opera

La mejor manera de despedir el año

A contrapelo de lo que sucede con el Teatro Colón, la orquesta buscó este año mantener la actividad contra viento y marea. El concierto ofrecido el jueves dejó la mejor impresión, bajo la notable dirección del mexicano Enrique Arturo Diemecke.

Por Diego Fischerman

Desde el inicial sonido casi gutural en los bronces, que se sobreimprime al solo de flauta, y el posterior solo de corno, las dos suites del ballet Daphnis et Chloé, de Maurice Ravel, son una verdadera prueba de fuego para una orquesta sinfónica. Con una escritura virtuosa, de un modernismo asombroso que, por otra parte, nunca aparece declamado –el efecto más osado puede tomar la forma de un elegante vals–, la partitura expone secciones que habitualmente pasan un poco inadvertidas para el oyente, como la de violas, y exige al máximo a los solistas de violín, trompeta, corno, flauta, oboe, fagot. La Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, en el último concierto de su ciclo de abono de este año, magníficamente dirigida por su titular, el mexicano Enrique Arturo Diemecke, no sólo pasó el examen sin problemas sino que entregó una interpretación de gran altura.

Diemecke, más allá de su histrionismo, de las palabras que suele dirigir al público al comienzo de sus conciertos, de los saltos y las reverencias teatrales con los que ocupa el podio, es un director meticuloso en el trabajo con los planos de la orquesta, preciso en la rítmica y musical en el fraseo, construyendo versiones tan respetuosas del pequeño matiz y de los detalles de color como de la línea larga. La Filarmónica, homogénea, ajustada y con gran rendimiento en las cuerdas y maderas, tiene, por otra parte. una singular empatía con el director y eso se traduce en el rendimiento. A contrapelo de la actual dirección del Colón y en un proceso casi autónomo, la Filarmónica logró mantener su ciclo de conciertos y funcionar con desafíos dignos de su nivel. Ya se sabe, jugar partidos de veinte minutos contra la novena de Sportivo Ingeniero Santos no es entrenamiento para nadie y, en ese sentido, la dirección de la orquesta supo darse cuenta de que, aun cuando la acústica del Opera deje mucho que desear, la suspensión de las actividades (o su reemplazo por actuaciones escolares) no es un precio razonable; el público, que conoce la imposibilidad de utilizar el Colón, lo comprende y aprueba.

En la primera parte del concierto, Schlomo Mintz, con buen sonido aunque apático en su enfoque y con afinaciones algo vacilantes, interpretó el Concierto Nº 1 de Bartók (una obra temprana, retirada por él de catálogo y muy cercana aún al estilo de Richard Strauss) y Tzigane, de Ravel. Y antes, la Filarmónica, con su concertino Pablo Saraví como solista, ofreció Danza macabra de Camille Saint-Säens. Y allí, en esa superposición un poco desmañada de obras con violín solista –en rigor, nunca se debe correr el riesgo de que el concertino de la orquesta eclipse o sea eclipsado por el solista invitado– es donde aparecen las deudas mayores de la orquesta. Un criterio demasiado pendiente de los aniversarios redondos y de satisfacer a los instrumentistas de la orquesta ha llevado a junturas un tanto bizarras, donde del Popol Vuh de Ginastera se puede pasar a una obra de efecto de Rimski-Korsakov y de allí a una Sinfonía de Beethoven, sin que haya lógica o sentido narrativo alguno. En todo caso, un proceso saludable, como el que la Filarmónica está encarando, podría cristalizarse de manera más provechosa con programaciones más imaginativas y coherentes en las que, además, la música de los compositores vivos tuviera una mayor presencia. La Filarmónica, y el numeroso público que la sigue y acompaña, lo merecen.

8-ORQUESTA FILARMONICA DE BUENOS AIRES

Obras de Saint-Säens, Bartók y Ravel.

Solista: Schlomo Mintz (violín).

Director: Enrique Arturo Diemecke.

Teatro Opera, jueves 20.