miércoles, 19 de noviembre de 2008

Diemecke con la Long Beach Symphony





Magical, Dynamic Performance By LBSO

By Jim Ruggerillo

Published: Wednesday, November 19, 2008 9:52 AM PST
I’m not voting for change.

It was business as usual at the Long Beach Symphony Classics concert the other night at the Terrace Theater. Just another terrific, stellar evening.

Music director Enrique Arturo Diemecke was at the top of his game, and his performance in the second half, Ravel’s complete “Daphnis and Chloé,” was nothing short of brilliant. He had lots of help from his orchestra, which continues to push the envelope in terms of orchestral color and dynamic range, and from a splendid soloist.

That soloist was our own Cécilia Tsan, who has led the LBSO cello section with distinction for some years now. She gave a masterful performance of the Lalo concerto, which nobody will ever mistake for a masterpiece. But Lalo does offer the soloist numerous opportunities to display sensitive musicality and technical finesse, which Tsan did in spades.
She possesses a remarkably beautiful tone, which had no trouble filling the cavernous auditorium, and gave a totally committed, passionate performance. Diemecke and the orchestra responded with exemplary, equally committed, support.

It was here that the audience witnessed what is perhaps Diemecke’s greatest accomplishment as music director: getting this orchestra to play ever so softly but with no loss of beauty or color. At several places in the concerto and elsewhere, there were magical, breathtaking moments.

First things first. The opener was “Canticum Sacrum” by Ana Lara, and it didn’t amount to much. A dense, contrapuntal work based on plainchant, it meanders aimlessly for about 8 minutes and then expires. The LBSO string section sounded glorious as usual, but that was about it.

We used to say in college that if you couldn’t fall asleep during “Daphnis and Chloé,” you weren’t paying attention. And the complete work (as opposed to the more often performed suites) does tax an audience, going on for close to an hour without any big tunes to hang your hat on. The familiar parts (Sunrise, the famous flute solo, the closing Bacchanale) come at the end, so patience is required.

That patience was rewarded Saturday night. Diemecke, conducting without score or baton, created some incredible sound pictures with his orchestra (and choruses from the Bob Cole Conservatory). He danced, he wiggled, he crouched down, he leapt up. The result was a kaleidoscope of rhythm and melody, with constantly shifting timbres and colors. The winds, as mentioned, were phenomenal, and Heather Clark’s flute solo was lovely. The large battery of percussion, complete with wind machine, added a great deal to the magnificence of this performance.

And the chorus.

I have been less than enthusiastic about these choirs, under Jonathan Talberg’s direction, when they have appeared with the LBSO in the past in such works as Beethoven 9 and “Carmina Burana.” But for this “Daphnis” they were perfect, singing with impeccable intonation and beautiful tone and contributing just the right touch of vocal color.

I wouldn’t change a thing.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Reseña del Concierto de San Francisco


Un concierto lleno de vida

Carlos Cota Estévez/Especial para El Mensajero | 2008-11-16 | El Mensajero
SAN FRANCISCO.— El concierto del Día de los Muertos que ofreció la Orquesta Sinfónica de San Francisco hizo explotar al público. El director invitado, el mexicano Arturo Diemecke, presentó un programa lleno de energía y vida, redondeando una excelente tarde de celebración de la cultura latinoamericana.

Todo empezó con la presentación de los danzantes aztecas Mixcoatl Anahuac, quienes bailaron desde las afueras del recinto hacia el lobby del Davies Symphony Hall, donde se llevó a cabo el evento. El lugar es una obra maestra de arquitectura moderna; buen contraste con los danzantes que representan una cultura pre-colonial.

Dentro del recinto los altares creados por la premiada artista mexicana Herminia Albarrán Romero lucieron impecables ese domingo 2 de noviembre. El altar principal estaba dedicado a compositores mexicanos como Revueltas y Moncayo. Las flores y los papeles cortados brillaban junto con los motivos dorados del lobby.

Pan y chocolate
Fue un concierto familiar. Los niños corrían a lo largo del lugar. Un niño sostenía una hilera de vasos de chocolate mexicano; debió de haber tomado como siete. Ese fue otro de los pequeños grandes detalles del evento: se regaló chocolate caliente al estilo mexicano y pan de muerto. El chocolate muy bueno; el pan provocó que muchos extrañaran México aún más.

En la primera parte del concierto se interpretó a Aaron Copland con la pieza titulada Salón México, que fue inspirada en el legendario salón de baile de la Cuidad de México. Copland lo visitó junto con el compositor mexicano Carlos Chávez a principio de los años treinta.

La segunda parte del concierto se abrió con la pieza del compositor argentino Astor Piazzolla, Aconcagua, la cual puso a bailar a algunos niños y adultos, como a Diemecke. El maestro mexicano dijo al respecto: "también me gusta llevar piezas nuevas al público especializado en música clásica. Tal es el caso de Aconcagua, una pieza que es considerada un tango".

Diemecke conversó en exclusiva para El Mensajero sobre la naturaleza de este concierto, que buscaba llevar la música clásica a nuevas audiencias. "Siempre he sido promotor de llevar la música que dirijo a personas que nunca han escuchado ese tipo de música. No creo que la música clásica sea exclusiva para un tipo determinado de personas. La música es para todos", comentó.

Al final del concierto se interpretó el Huapango de José Pablo Moncayo, considerado por muchos mexicanos, según mencionó Diemecke, como el segundo himno nacional. "Dirigir el Huapango es como volver a ver a un muy buen amigo después de muchos años; siempre hay cosas nuevas que compartir pero se siente esa familiaridad, esa cercanía tan especial" dijo Diemecke.

La Orquesta llegó al final. La energía dentro de la sala de conciertos siguió creciendo después de que terminó la pieza: el público estalló en gritos, aplausos y muestras de júbilo. El maestro Diemecke saldría y volvería a entrar al recinto llamado por los aplausos al menos cinco veces tras terminar el evento.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Diemecke con la San Francisco Symphony, "La Jornada"


El mexicano Diemecke será director huésped de la San Francisco Symphony
Durante 17 años fue director artístico de la Orquesta Sinfónica Nacional de México; este año cumplió 20 años como director artístico de la Flint Symphony Orchestra, y ocho como director artístico de la Long Beach Symphony.
Notimex / La Jornada On Line
Publicado: 29/10/2008 09:21

México, DF. El director mexicano Enrique Arturo Diemecke será el director huésped de la San Francisco Symphony Orchestra (SFS), una de las mejores orquestas del mundo, el próximo 2 de noviembre, en un concierto en el que la cultura y música de México serán los protagonistas, en el Davies Symphony Hall.

El programa está integrado por El Salón México, de Aaron Copland; Paso doble, de Eduardo Gamboa; Tzigane, de Maurice Ravel; Chacona, de Dietrich Buxtejude, Orquesta Carlos Chávez; Aconcagua, Concierto para bandoneón, Astor Piazzolla; Sensemayá, de Silvestre Revueltas; Huapango, de José Pablo Moncayo (50 aniversario de su muerte).

Los solistas serán la violinista Danielle Belen Nesmith y el bandoneonista Peter Soave.

En diciembre de 1911, la San Francisco Symphony Orchestra (SFS) presentó sus primeros conciertos e inició una nueva perspectiva en la vida cultural de la ciudad de San Francisco.

La orquesta creció de manera vertiginosa y sus directores han sido leyendas en los escenarios mundiales, comenzando por Henry Hadley y Pierre Monteux, Seiji Ozawa, Edo de Waart, Herbert Blomstedt, y desde 1995, Michael Tilson Thomas.

Las grabaciones de la SFS se han hecho merecedoras a los más importantes premios en el mundo, como once Grammys, el Record Academy Award de Japón, el Grand Prix du Disque de Francia y el Gramophone Award de Gran Bretaña.

La SFS visita anualmente el Carnegie Hall de Nueva York y tiene el título de Orquesta Residente del Lucerne Festival, y desde 2007 realiza giras por Europa, ofreciendo conciertos en Viena, Praga, Berlín y Londres.

Directores como Bruno Walter, Leopold Stokowski, Leonard Bernstein, Kurt Masur, Sir Georg Solti y Mstislav Rostropovich, la han guiado desde el podio. Asimismo, los compositores que la han trabajado con la SFS destacan Igor Stravinsky, Sergei Prokofiev, Maurice Ravel, Arnold Schoenberg, Paul Hindemith, Aaron Copland y John Adams.

Enrique Arturo Diemecke es director artístico de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires del Teatro Colón, Argentina. Este año cumplió 20 años como director artístico de la Flint Symphony Orchestra, y ocho como director artístico de la Long Beach Symphony.

En 2006, Diemecke culminó un ciclo de 17 años como director artístico de la Orquesta Sinfónica Nacional de México; ese mismo año recibió del Instituto Nacional de Bellas Artes de México la medalla de oro por su trayectoria artística y su nivel musical de excelencia en todo el mundo.

Diemecke es miembro de la Latin Academy Recording, Laras - Latin Grammy, y ha sido nominado al Grammy Latino en 2002. El año 2008 marca su debut con la San Francisco Symphony y el lanzamiento de su primer CD en Super Audio CD (SACD) con la Royal Philharmonic Orchestra.

Crítica de "La Nación", periódico argentino

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Arturo Enrique Diemecke. Solista: Natalie Clein. Programa: Walton: Concierto para chelo y orquesta; Brahms: Sinfonía Nº 1 en do menor, op. 68. Teatro Opera. 
Nuestra opinión: muy bueno
Más allá de las variables lógicas que pueden tener lugar en una actividad que se desarrolla indefectiblemente en vivo, los conciertos de la Filarmónica, cuando los dirige Arturo Enrique Diemecke, salen muy bien. No es ningún descubrimiento, entre la orquesta y este director mexicano, particularmente histriónico, hay una especial sintonía de trabajo que se traduce en muy buenas producciones. Pero además, Diemecke, el director artístico de la Filarmónica, es muy bien recibido por el público por cualidades que exceden lo estrictamente musical.
En la apertura del concierto, estaba anunciada la Danza macabra de Saint-Saëns. Sin embargo, el ingreso del director junto a la chelista inglesa Natalie Clein dio a entender que algo extraño estaba sucediendo. Cuando el director estaba por subir al podio, desde el frente del escenario, comenzó a caer una llovizna de papeles brillantes. Parece ser que algún operario del teatro Opera creyó que un concierto sinfónico bien podía ser recibido como si fuera el cierre de temporada de una telenovela. Con humor, Diemecke, saludó esa bienvenida casi carnavalesca y aclaró los cambios de programa y la reposición en el futuro de la pieza orquestal de Saint-Saëns. Y también anunció que la chelista Natalie Clein deseaba decir algunas palabras. Espigada, sonriente y francamente hermosa, la chelista, traducciones de Diemecke mediante, habló brevemente sobre el Concierto para chelo de William Walton y sus características. Y una vez más quedó demostrado que si las comunicaciones al público son vertidas con buen tino, no sólo no están de más, sino que pueden generar un tipo de atención y de predisposición realmente favorables.
Después de haber abierto la puerta con su inglés de realeza, Natalie Clein se dedicó a demostrar que lo suyo no era sólo belleza y comunicación verbal, sino que es una gran chelista, con un sonido amplio, intenso, con una afinación impecable, con una expresividad ilimitada y con una solvencia técnica admirable. El único problema fue que todo eso fue aplicado con generosidad sobre un concierto irregular en el que se funden pasajes de alta emotividad con otros de anodinia irremediable, lejos de la solidez y el atractivo de otras obras sinfónicas de Walton. Bien tocado, bien conducido, bien ensamblado y, aun así, insuficiente para mantener el interés a lo largo de sus casi treinta minutos de extensión.
Papelitos y nostalgias
A diferencia de lo recién afirmado, si hay algo que jamás podría decirse de la música de Brahms es, precisamente, que alguna de sus obras sea irregular. La primera sinfonía, escrita cuando el compositor ya había pasado sus cuarenta, es una joya maciza, amplia y de mil recovecos, todos apasionantes. Y la lectura pormenorizada que realizó Diemecke, como de costumbre, de memoria, fue impecable. Asimismo, el trabajo de la orquesta fue ajustado, sin estridencias y con solos muy atinados. Entre los sonidos de Brahms que flotaban por los aires, cada tanto, se entremezclaba algún papelito plateado rezagado que no había caído en el comienzo. Más que distraer la atención, estos confeti de ocasión sólo hicieron extrañar, una vez más, al Colón, el teatro que debería albergar a la orquesta y que, tal como parecen ir las cosas, es una especie de edificio en desuso y sin proyectos claros. Parece que fue hace mucho, muchísimo tiempo, cuando la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires tocaba sus maravillosos conciertos en el Colón, obviamente, sin papelitos.
Pablo Kohan