lunes, 19 de julio de 2010

Digno homenaje a Schumann Atractivo concierto de la Filarmónica de Buenos Aires para Festivales Musicales


LA NACIÓN
18 de julio de 2010
Filarmónica de Buenos Aires. Concierto de Festivales Musicales. Dirección: Arturo Diemecke. Solista: Natalie Clein (chelo). Programa: Obertura de Las alegres comadres de Windsor, de Nicolai; Concierto para violonchelo y orquesta en La menor op. 129, y Sinfonía Nº 3 en Mi bemol mayor, Renana, de Robert Schumann. En el Teatro Colón. Nuestra opinión: muy bueno.
Una noche feliz para la música romántica resultó ser la última sesión de la Filarmónica de Buenos Aires. Bien puede considerársela como un digno homenaje tributado a Robert Schumann, conspicuo representante del romanticismo musical, con motivo de conmemorarse el bicentenario de su nacimiento. El hecho de coincidir análoga celebración con la de Otto Nicolai -también nacido en 1810-, motivó indudablemente a los organizadores a incluir su Obertura de Las alegres comadres de Windsor , la más notoria de sus cinco óperas, compuesta según la célebre comedia de Shakespeare. Pero, por cierto, no fue éste el único mérito de Nicolai, discípulo de Carl Friedrich Zelter, con quien compartió su afinidad electiva por Bach y sus obras -al igual que Mendelssohn, quien fue asimismo discípulo de aquél-. Cantante, pianista, organista y compositor de obras sacras y corales, el talento polifacético de Nicolai resumió las más variadas tendencias musicales de su tiempo, siendo por ello consciente de que su concepción musical se orientaba más hacia el intelecto que hacia la imaginación y el mundo emocional. Al igual que Schumann reflejó la típica dualidad del genio romántico.
Debe acotarse, sin embargo, que la obertura aludida es música que causa un placer auditivo inmediato en el oyente; se advierte en ella el gusto de Nicolai por la ópera italiana y su fluidez melódica, aunque también la fusión de estilos entre ésta y la ópera alemana, hecho criticado precisamente por Schumann en sus escritos teóricos. La Filarmónica cumplió una lograda y lucida labor al reeditar su espíritu ligero y festivo, con homogeneidad sonora, ajuste rítmico y plausible equilibrio dinámico.
Arturo Diemecke condujo con agudo sentido de la interacción interpretativa el Concierto para violonchelo y orquesta en La menor op. 129 , de Schumann que siguió teniendo como solista a la talentosa Natalie Clein, cuyo protagonismo interpretativo tuvo a través de un instrumento de autor -un Guadagnini, de 1777- elocuente voz instrumental, si bien su amplia gestualidad no resulta muy conveniente para obtener una buena relajación en beneficio de una sonoridad menos agresiva.
Dueña de un dominio técnico indudable, con clara articulación y nitidez expositiva, Clein demostró poseer cabal comprensión de la obra, sin que su virtuosismo opacase el clima poético de la obra. Graduó muy bien las tensiones dramáticas en el Allegro inicial ( Nicht zu schnell ), lo mismo que las transiciones expresivas, rápidas y cambiantes en éste y los restantes movimientos, como en el segundo ( Langsam ), con una amplia meditación cantabile, muy bien matizada y expresiva. Como el propio Schumann consignó en el catálogo de sus obras, este concierto es, en realidad, una "pieza de concierto con acompañamiento de orquesta". Diemecke condujo a la Filarmónica con maestría, graduando la sonoridad general, lo cual dio mayor relevancia al desempeño de la solista.
Notoria pujanza musical cobró la Filarmónica de Buenos Aires, principalmente a partir del comienzo de la Sinfonía Nº 3 de Schumann ("Renana"), que Diemecke encaró comunicando a la orquesta un auténtico impulso romántico, pleno de vital entusiasmo. Con una calidad expresiva que el sonido orquestal reprodujo en todo momento, la versión constituyó el punto culminante del concierto, exhumando el fervor romántico que el alma de su autor sintió por el paisaje natal vecino al Rhin. Sus síncopas rítmicas iniciales en el Vivo inicial ( Lebhaft ) dieron el tenor de ese movimiento, y el preciso cumplimiento de las indicaciones del tempo fueron traducidas de manera siempre eficiente. Fue muy bien manejado el balance sonoro y resultó equilibrado el rendimiento de cada grupo instrumental, con particular mérito de los bronces, de sonido blando aunque sin perder brillo, siguiendo el papel que el autor les reservó en esta sinfonía.
Héctor Coda

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