sábado, 15 de noviembre de 2008

Reseña del Concierto de San Francisco


Un concierto lleno de vida

Carlos Cota Estévez/Especial para El Mensajero | 2008-11-16 | El Mensajero
SAN FRANCISCO.— El concierto del Día de los Muertos que ofreció la Orquesta Sinfónica de San Francisco hizo explotar al público. El director invitado, el mexicano Arturo Diemecke, presentó un programa lleno de energía y vida, redondeando una excelente tarde de celebración de la cultura latinoamericana.

Todo empezó con la presentación de los danzantes aztecas Mixcoatl Anahuac, quienes bailaron desde las afueras del recinto hacia el lobby del Davies Symphony Hall, donde se llevó a cabo el evento. El lugar es una obra maestra de arquitectura moderna; buen contraste con los danzantes que representan una cultura pre-colonial.

Dentro del recinto los altares creados por la premiada artista mexicana Herminia Albarrán Romero lucieron impecables ese domingo 2 de noviembre. El altar principal estaba dedicado a compositores mexicanos como Revueltas y Moncayo. Las flores y los papeles cortados brillaban junto con los motivos dorados del lobby.

Pan y chocolate
Fue un concierto familiar. Los niños corrían a lo largo del lugar. Un niño sostenía una hilera de vasos de chocolate mexicano; debió de haber tomado como siete. Ese fue otro de los pequeños grandes detalles del evento: se regaló chocolate caliente al estilo mexicano y pan de muerto. El chocolate muy bueno; el pan provocó que muchos extrañaran México aún más.

En la primera parte del concierto se interpretó a Aaron Copland con la pieza titulada Salón México, que fue inspirada en el legendario salón de baile de la Cuidad de México. Copland lo visitó junto con el compositor mexicano Carlos Chávez a principio de los años treinta.

La segunda parte del concierto se abrió con la pieza del compositor argentino Astor Piazzolla, Aconcagua, la cual puso a bailar a algunos niños y adultos, como a Diemecke. El maestro mexicano dijo al respecto: "también me gusta llevar piezas nuevas al público especializado en música clásica. Tal es el caso de Aconcagua, una pieza que es considerada un tango".

Diemecke conversó en exclusiva para El Mensajero sobre la naturaleza de este concierto, que buscaba llevar la música clásica a nuevas audiencias. "Siempre he sido promotor de llevar la música que dirijo a personas que nunca han escuchado ese tipo de música. No creo que la música clásica sea exclusiva para un tipo determinado de personas. La música es para todos", comentó.

Al final del concierto se interpretó el Huapango de José Pablo Moncayo, considerado por muchos mexicanos, según mencionó Diemecke, como el segundo himno nacional. "Dirigir el Huapango es como volver a ver a un muy buen amigo después de muchos años; siempre hay cosas nuevas que compartir pero se siente esa familiaridad, esa cercanía tan especial" dijo Diemecke.

La Orquesta llegó al final. La energía dentro de la sala de conciertos siguió creciendo después de que terminó la pieza: el público estalló en gritos, aplausos y muestras de júbilo. El maestro Diemecke saldría y volvería a entrar al recinto llamado por los aplausos al menos cinco veces tras terminar el evento.

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